viernes, 10 de agosto de 2012

Reliquia de recuerdos

Tal vez haya estado un tanto pesada tras la ruptura de mi cámara. Tal vez. Pero también es verdad que ha cerrado una etapa.
La etapa de "mi cámara rosa". Hacían ya casi tres años desde que la tenía. Recuerdo haber ansiado una cámara muchos meses, hasta que mi madre al fin decidió concedérmela en navidades.
"Si la quieres rosa, tendrás que esperar dos semanas a que la traigan". Así fue. Esperé ansiosa esas dos semanas hasta que finalmente la tuve en mi poder. Y ese primer año no pudo tener más trabajo. Tampoco el segundo. Y se quedó a mitad del camino del tercero.
No importaba a dónde fuese. Ella venía conmigo. Incluso aunque no la sacase, tenía la seguridad de poder guardar cualquier momento con ella. Más que un instrumento, se volvió mi compañera. "Mi gran cámara rosa". La funda estaba sucia, pero no importaba, "cumplía su misión, proteger a la cámara". Y de eso me preocupaba con gran ahínco. Y así estaba, reluciente, rosa, como el primer día.
En casa también ocupaba sitio privilegiado. Podía estar escondida en un  amplio cajón como podía estar a la vista. Pero siempre sabía exactamente dónde.
Mi preocupación por su cuidado era extremo. No la llevaba nunca a donde pudiese haber riesgo, y si lo hacía, siempre me mantenía encima de ella. Es por eso que el accidente me afectó tanto. Después de todo lo que pasó, simplemente, el trípode pierde el equilibrio y se precipita al suelo. En un principio pensé que no había pasado nada. Me costó lo mio recuperar la cámara de detrás del armario, pero no estaba del todo preocupada. Cuando al fin la tuve entre mis manos, comprendí que algo extraño pasaba. Estaba apagada pero con el zoom sacado. La encendí y ahí estaba el mensaje "error de zoom". La apagué de nuevo. Nada. Intenté meter el zoom hacia dentro. Nada. Poco a poco lo fui comprendiendo. Ya poco podía hacer. Y ese poco consistía en que al menos, tuviese su aspecto original, por lo que tal vez de una manera un poco incorrecta, conseguí que el zoom volviese a su posición original.

Ahora, la máquina crea recuerdos se ha convertido en nada más que otro recuerdo. Y cierra definitivamente una etapa.


Deja de juzgar

Cada vez más se juzga por las apariencias. Cada vez más hay gente prepotente que intenta decidir por los demás qué es lo correcto. Cómo deberíamos comportarnos. A su manera. De cierta manera logro comprender la inseguridad de esa gente y su impotencia de no poder controlarlo todo.

Como sea.

Me gusta ir de compras. Disfruto con ello. Pero eso no significa que sea pija ni materialista.
Puedo ponerme pantalones muy cortos. Puedo ponerme escotes. Pero también puedo ponerme jerseys. No visto para provocar, sino para gustarme a mí misma, y decido mi vestimenta en base a eso. Jamás me consideraré una puta por hacer lo que quiera con mi estilo. Y nadie debería juzgar a nadie por apariencias.
Me apasiona el rock, pero eso no me obliga a no poder disfrutar un sábado de poder bailar lo que me apetezca, ni a irme de fiesta. Un gusto no elimina la posibilidad otro. Un extremo no tiene por qué rechazar al otro.
Me da igual no ser una supermodelo. Me da igual no saber hacer fotos buenas. Porque si es lo que me gusta, no voy a parar de hacerlo. Criticar por ello no es una opción.


Nada en mí llega al punto de ser extremo. Tampoco aspiro a ello. Prefiero ser una masa multicolor a quedarme estancada en la posibilidad de ser blanco o negro, como le pasa a mucha gente. Todos estamos expuestos a cambios constantes, y la creencia de que todo va a ser para siempre no es más que una excusa para no aceptar el futuro. Una máscara ante el miedo.

¿Qué pretendo con esto? Como siempre, transmitir un mensaje. Deja a la gente ser quien es.
No tenemos derecho.
No tenemos derecho a decidir por nadie.
No tenemos derecho a juzgar a nadie.