Le gustaba pasear en días lluviosos.
Caminar por esas vacías calles donde la luz se reflejaba en la
brillante piedra mojada.
Escuchar las leves caricias de las gotas
contra su paraguas.
El eco de algunas pisadas,
el sonido de algún
coche que arrastraba el agua.
Girar el paraguas creando una danza de
minúsculas gotas que custodiaban su paso.
Verse arrastrada por el paso del viento.
Saltar dentro y fuera de los charcos.
Sentir el ligero y fresco tacto del agua en su piel.
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