sábado, 21 de abril de 2012

Y va pasando

Alrededor de 7 meses. Es el tiempo que llevo en Zaragoza. Cada día es único, y no sé lo que me espera cada día al levantarme por la mañana. Es ese gusto por lo desconocido. Ese gusto por saber que cada día será diferente, único y anterior. Que no habrá días iguales. No hay monotonía ni rutina. Pero todo lo bueno se acaba. Mentalmente el verano pasado se hizo eterno. Todo este año está pasando tan rápidamente como un suspiro. Y de la noche a la mañana me encontraré de nuevo en casa, sin saber qué hacer ni a dónde ir. De nuevo sin ilusiones, dejando que el tiempo se queme, siempre esperando. Son estas épocas, la primavera, mi estación favorita, la que curiosamente más me hace desesperar. Ahora todo se convertirá en una curiosa paradoja. Cuanto más brille el sol más empezaré a oscurecerme yo. Empezar a contar cuántas semanas quedan, cuántos días... Y tener el extraño miedo de que nada volverá a ser igual. Tener la certeza de que volveré a sentirme mal otro verano. ¿Por qué? Bueno, siempre lo mismo. Las cosas ya no son igual. Estas fechas te lo recuerdan más que nunca. Te hacen preguntarte por qué yo. Por qué. Y la única respuesta es el destino. O así es la vida. O cualquier estupidez que se dice para intentar dar ánimos. En fin. Mientras pueda intentaré sentirme menos sola. Intentar guardar energía para sentir que al menos cuando fue posible tuve alguien a mi lado. Porque en definitiva eso es lo que más me puede hacer feliz, tener alguien a mi lado.

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