En esos escasos momentos en los que no se necesita hablar para hacer llegar lo que se piensa, no digas nada. Son demasiadas las palabras sin sentido que no nos llevan a ningún lugar. Son excesivas las palabras que nos hacen retroceder. Sobran aquellas que hacen que nos distanciemos. Nunca deberían pronunciarse las que están destinadas a que nos odiemos. ¿Cómo es posible que nos cuente tanto callarnos? ¿No son siempre los hechos los que acaban expresando más que los sonidos que emitimos? Porque en el fondo no son más que sonidos, solo aproximaciones de lo que cada uno de nosotros pensamos. Nadie percibirá nunca de la misma forma. Nunca una palabra podrá verse de la misma forma entre personas diferentes. Nunca nuestras palabras podrán verdaderamente decir lo que sentimos. Vale la pena decirlo una vez, dejar constancia. Es necesario demostrarlo mil veces.
Es una pérdida de tiempo que me digas que me quieres si no me conoces, pero a la vez es la señal que el destino me da para que no confíe en ti. Aunque no quieras es lo que dices lo que calificará nuestro destino. Poco importa cómo seas, tus intenciones o de dónde vengas. Deja que fluyan, dime la verdad, miénteme... al final será tu mirada quien me diga qué quieres.
¿Para qué romper entonces el tan breve silencio?
Y lo más importante...¿ por qué dejas que siga preguntándome esto? Bésame, pégame, vete y no vuelvas...pero cállame.
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